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La incondicionalidad del Gummy Bear
Carla García Sánchez

En la noche del accidente de Olivia todo ocurrió más lento de lo usual. Los puestos de hamburguesas emanaban un humo cercano, casi familiar, y todo parecía formar parte de un video musical en el que cada acción ocurría en cámara lenta: con una tensión eléctrica imperceptible, hasta en intercambios tan poco dramáticos como la impresión de fotocopias.

—Te dije que no hacemos copias, amigo. Lo dice en la entrada. 

No era necesariamente la línea favorita de Fabiana pero sin duda era la que más decía. Si hubiese algo como dichos o refranes inolvidables de libreros como en un anuario, esta sería quizá la más representativa de ella.

Cada vez que lo decía la Fabiana amable y la Fabiana que secretamente odiaba a todo el mundo entraban en conflicto en cada sílaba. Era un espectáculo que Olivia adoraba observar. Las dos estaban de guardia en una librería en la que trabajaba Fabiana desde hace un par de años ya; donde poetas veinteañeros, rockeros cultos y freelancers iban como punto de encuentro para poder ser intensos y dramáticos en conjunto. Había café, galletas, y los viernes en la noche, cerveza helada. En realidad estaba bastante bien. Olivia siempre se ofrecía a ayudar a Fabiana cuando no había más nadie que la apoyara en el turno de noche los fines de semana.

—Puedes pedir que te paguen, ¿sabes?— dijo Fabiana mientras guardaba algunos libros que los rockeros intelectuales habían dejado sobre las mesas. Letras de Bob Dylan y poemas de Patti Smith. Ya todo el mundo se había ido y sólo quedaban ellas limpiando y colocando los libros en sus respectivos estantes, en los que no destacaban los de Filosofía e Historia Contemporánea, sino Vida en Instagram y Frases que Marilyn Monroe nunca dijo (pequeña contribución de Olivia).

—No, porque entonces no puedo salir a fumar y a comprar Gummy Bears cada vez que me plazca. Lo que me recuerda– dijo Olivia con malicia mientras sacaba, con cara de estar sacando una pistola para asaltar un banco, una caja de cigarrillos del bolsillo trasero de su viejo Levi’s, el cual incluso ya tenía un borde rectangular marcado por el hábito. Algo muy Holden Caulfield de su parte, solo que él seguramente no tenía una obsesión tan patética con los Gummy Bears.

Estos pequeños osos de goma tenían cierto poder sobre Olivia. Ella los adoraba y eran su placer culposo. Fabiana lo entendía, Aunque ella siempre daba esta imagen de crítica, jueza y verduga social con discursos acerca de las sensibilidades estéticas y novelas de Jack Kerouac, Olivia secretamente veía sus likes en fotos sobre chismes de celebridades como Hailey Bieber y Selena Gómez. Personas que Fabiana fingía no conocer, al menos no públicamente. Eso la hacía entender su obsesión con respecto a los ositos de goma, en especial los rojos.

Tanto era que Fabiana siempre decía algo tipo «al final del día podrías morir feliz solo porque compraste un paquetico de esas cosas». Y fue algo trágico para decir porque esa noche casi lo hizo.

Cuando Olivia salió de la librería ya tenía el cigarrillo encendido. Hacía frío y eso le gustaba porque así completaba su aspecto rebelde: chaqueta de vaquero, Converse blancos y sucios, manos en los bolsillos y humo saliendo de los labios.

Ir al kiosko de los Gummy Bears le quedaba a un cigarro exactamente de distancia. Ella no contaba el tiempo con segundos ni minutos, ni siquiera por canciones de su lista de reproducción, sino con la cantidad de cigarros que puede fumar en el camino. Y, mientras fumaba, se fijaba en su alrededor con esta vibra de cámara lenta: los coches pasando suavemente en las curvas, las tiendas y los locales encendidos con vida moviéndose dentro de ellos, como torrentes sanguíneos. Olivia adoraba este tipo de ambientes cinemáticos. Otra razón por la que no le importaba decirle a su novio, Ignacio, que prefería estar en la librería un rato. La principal razón era que quería decirle a Fabiana las buenas noticias. Pero no había podido hacerlo porque sabía lo que significaba.

Decirle a tu mejor amiga que vas a casarte es como terminar su amistad diciendo «he conocido a alguien que amo más que a ti», cosa que no era cierta pero ella podía ver que Fabiana leería esos subtítulos. Como cuando ves una película japonesa y tu marco de entendimiento se reduce a las pequeñas letras en la parte inferior de la pantalla.

Eran tan unidas al estilo Tim Burton y Johnny Depp: desde que eran pequeñas y buscaban en Google el significado de groserías como coño, cojones e hijo de puta. Era la época en la que Fabiana defendía a Olivia de imbéciles como Javier y Alfonso Gutiérrez en el quinto grado. Se burlaban de sus gafas enormes que parecían de abuela (que de hecho lo eran). A Fabiana no le caía tan bien Javier ni mucho menos Alfonso, en especial después de escuchar a Olivia llorar en el baño mientras llamaba a su mamá.

—Pero sus gafas son lo único que me queda de ella— decía Olivia en dialecto mocos.

Así que las dos se dedicaron durante todo un receso a llenar los cuadernos escolares de los hermanos con todas esas palabras que buscaron en el ordenador. Estrenando su último descubrimiento: mierdaseca. La maestra se indignó tanto que suspendieron a Alfonso y cambiaron a Javier de sección. Desde entonces, Olivia y Fabiana se convirtieron en una especie de hermanas preseleccionadas.

A los quince años marcaron claras diferencias entre ellas. Olivia era una chica David Bowie, que usaba pantimedias de estrellas y franelas de rayas rojas. Por otro lado, Fabiana se inclinaba más hacia música de ABBA con vestidos de flores, pendientes de plumas y anillos dorados artesanales.

—¿Tengo que preguntar?—dice Carlos, el señor del kiosko que ya se sabe de memoria lo que Olivia iba a pedirle. Eran las diez de un viernes por la noche, y los osos de goma eran necesarios para de alguna forma concluir la semana, solo que no estaba preparada para despedirse por completo de ese día (ni el día de ella).

Ignacio estaba en una de las clases de Filosofía de la universidad de Olivia. Era demasiado callado y no era uno de estos típicos “bros” que saludaban a todo el mundo con una especie de señal de reconocimiento con el mentón. Ella comenzó a jugar el mismo juego de Fabiana con Ignacio, mentalmente. Así fue como concluyó que Ignacio era un chico al estilo Soda Stereo, estaba casi segura de que tuvo una banda horrible a los dieciséis años y tocaba el bajo, también horrible.

A Olivia le gustaba mucho que fuese tan callado. En parte porque los chicos simpáticos que son capaces de saludar a quince personas en un pasillo de la universidad le fastidiaban. Ignacio le imponía cierto tipo de reto. Incluso a estos simpáticos les importaba la opinión de Ignacio en ciertos temas, lo invitaban a reuniones y todo el mundo se callaba cada vez que respondía cualquier pregunta en clase. No se esforzaba en lo absoluto por conseguir atención y sin embargo era imposible no dársela. Además, siempre usaba jerseys, lo que fascinaba a Olivia porque marcaban su espalda y sus hombros al estilo de Marlon Brando.

Lo peor era que mientras más le gustaba, más miedo tenía de hacer algo al respecto. Pasó mucho tiempo observándolo en clases y en el campus antes de decidir hacer algún tipo de pase a Ignacio. Con frecuencia practicaba ser fría y sexy frente al espejo sólo en casos de emergencia por si se lo encontraba en la calle y tenían que saludarse. Sin nunca haber tenido nada cercano a un novio, por alguna razón consideró prudente acudir a películas noir de los cuarenta. Tal vez porque, en su imaginación, el mismo Ignacio daba la sensación de ser un detective bien vestido al que siempre se le ocurre algo irónico para decir después de fumar un cigarrillo.

Olivia había masticado exactamente cuatro Gummy Bears cuando, con un chasquido de su encendedor, ya estaba a un cigarrillo de volver a la librería. Cruzaba la calle formando parte de esta cultura de suspenso que antes estaba a su alrededor y de repente la habían infectado, como un virus.

Al cruzar la calle, podía ver a Fabiana que, en su afán de dejar todo en su lugar, no lograba evitar quedarse ensimismada con algún u otro libro. Seguro es alguna estupidez como Todo Sobre Journaling, pensó Olivia con una ola de satisfacción al saber que era la persona que mejor la conocía en todo el planeta. Sólo que ahora no estaba tan segura si Fabiana podía sentir lo mismo con respecto a ella, y si así era, capaz ya no era verdad.

—Te ves ridícula— solía escupirle Fabiana con risas burlonas en cada ocasión que veía a Olivia jugar a ser en su habitación la femme fatale que ciertamente no era. Algunas veces incluso encendía su cigarrillo, se hacía una cola ajustada y exageraba su papel hasta llegar a encarnar una Marlene Dietrich de veinte años con cabello pintado y uñas azules.

—Apuesto a que ni siquiera le gusta Soda Stereo y vienes tú a hacer de él una parodia de Humphrey Bogart— continuaba Fabiana mientras pasaba las páginas de alguna revista sobre escándalos de celebridades.

—Eso sería tan Soda Stereo de su parte… ¿no?— respondía Olivia.

Ella se hacía la loca, pero ya podía sentir en Fabiana celos hacia Ignacio mucho antes de que algo pasara entre ellos. Fabiana era como una hermana mayor para Olivia, protectora y muy tierna, incluso cuando la miraba con asco cada vez que se le caía alguna gomita y Olivia la recogía en su norma inventada de cinco segundos (que incrementaba convenientemente hasta llegar al absurdo límite de seis días en algunos casos.). Además, no se distanciaron al entrar en la universidad, al contrario de lo que muchos a su alrededor falsamente profesaron, por lo que a Fabiana ya se le había olvidado la idea de separarse de su alma gemela.

Hasta que a Ignacio se le ocurrió invitar a Olivia a un festival de cine de Ciencia Ficción.

En realidad pasaron varias cosas extrañas antes de que esa invitación tuviera lugar. Sucedieron muchos acercamientos incómodos por parte de Olivia en la cafetería o en el aula donde se metía por completo en su papel de chica distante y sensual de viejo Hollywood. Creía que eso les gustaba a los chicos ligeramente pretenciosos como Ignacio. Claro que no funcionaba, ni cerca. Incluso pasó un tiempo en el que simplemente la evitaba por hacerlo sentir un poco incómodo. No fue hasta el momento en que Olivia se rindió con este álter ego que él comenzó a ver a la Olivia genuina y alborotada: esa de risas desquiciadas, mejillas rojas de nervios y Converse sucios que él solo había tenido ligeras sospechas que era. Entonces pasó de no aguantarla a pasarla bien con sus intervenciones en clase y, por último, a pensar en ella cada vez que elegía su jersey del día de su clase juntos.

Luego, se enteró que algunos fines de semana apoyaba a los chicos de la librería y comenzó a acudir “casualmente” a charlas como Mujeres en el Cine y Cyberpunk en la Literatura, temas muy Olivia. Siempre encontrándola de pie al lado del mostrador con los brazos cruzados, el cabello despeinado y asintiendo convencida como si estuviese atendiendo a una misa de Pascua. Aprovechaba cada oportunidad para verla de reojo y ver si pillaba alguna de sus risas de loca. Porque esa era otra cosa, Olivia no sonreía ni mucho menos esbozaba una risa a lo jajaja. Olivia solo era biológicamente capaz de cagarse de la risa JAJAJAJA hasta ponerse roja y que los ojos casi se le salieran de la cara.

Pero Olivia solo podía reírse así cuando estaba completamente relajada y en verdad contenta. De esta forma se sentía en la librería, claro, hasta que notó que Ignacio asistía religiosamente a los eventos en su casi trabajo. Su lógica le indicó que si no podía ser una chica sexy y genéricamente misteriosa, no podía ser más nadie, mucho menos ser ella misma. Caos, fuego y apocalipsis pasaban por su cabeza con esta simple idea. Así que trataba de no estar a la vista de él o simplemente ignorar su existencia tras el mostrador. En algunos extremos hasta se encerraba en el baño.

—¿Recuerdas cuando decías que la gente enamorada era muy imbécil?— le decía Fabiana con particular énfasis en imbécil cuando tocó la puerta del baño al terminar la última charla. Como una niña de cinco años huyendo antes de su recital de ballet. —Pues ¿cómo se siente ser una de ellas?

Le había dado en el ego a Olivia con toda la intención del mundo. No le quedaba más opción que peinarse, salir y enfrentarse a sus demonios (guapos y con un particular gusto por el color negro) que tomaban la forma de Ignacio.

Encontró a Ignacio con una cara bastante parecida a la de ella… en cuanto a roja y nerviosa se trataba. Al contemplar esto, y por alguna razón que ella misma no podía explicar, Fabiana sintió una punzada en el corazón, como si estuviese en un entierro. Una voz en su cabeza le insinuaba que tal vez Olivia ya no la necesitaría más. Las dos habían sido el contacto de emergencia de la otra. Cada vez que Fabiana se entusiasmaba por alguna novedad como cine en 4D, Olivia siempre iba con ella, como su escudero. Igualmente pasaba cuando Olivia fantaseaba con un vestido caro de la tienda departamental. Fabiana entonces inventaba para el empleado su mejor historia de intoxicación de sushi para que su amiga arrancara la etiqueta y con la misma rapidez y discreción escondiera la prenda debajo de su suéter, simulando una barriga algo precoz.

Ahora, solo podía pensar en qué ocurriría con esa complicidad. Si la compartiría con Ignacio o en el peor de los casos, no la tendría en lo absoluto.

Olivia poseía una alegría temeraria que hacía que todo en la vida de Fabiana se viera más bonito y emocionante, como estar dentro de una película de Wes Anderson. Con ella. su vida era de colores pasteles. Si intentaba visualizarla sin los chistes malos de Olivia, su risa exagerada y su pasión por los Gummy Bears, terminaba siendo tan cruda y exasperante que daba el sentimiento de estar escuchando una sucesión de publicidades ridículas.

Esa punzada en el corazón no fue casualidad ni mucho menos.

Un año después de la invitación en la librería, Olivia e Ignacio decidieron casarse. Ella estaba a punto de graduarse y él lo había hecho hace apenas unos meses. Les pareció romántico, rebelde y digno de un video de música experimental. Se veían a sí mismos corriendo por las calles llenas de desconocidos, luces de coches y estrellas escondidas, muriendo de la risa y sin destino alguno pero con certeza de que se adoraban.

En la fantasía de Olivia, ella se molestaba en agregar un vestido no blanco sino plateado y brillante con el que flotaba por las calles sujetando la mano de Ignacio. Ese vestido lo había visto en una tienda y la había hecho pensar en Fabiana.

Para entonces, Olivia y Fabiana habían llegado a un distanciamiento sentimental algo incómodo y nuevo para ellas. Ninguna de las dos sabía si había hecho algo malo, y de haber ocurrido les dolería demasiado saber que hirieron a la otra persona sin hacer nada al respecto. Es decir, no un malentendido, sino El Malentendido, algo así como el pecado original en su amistad. Olivia pasó de ir a la librería cada par de semanas a ir una o dos veces al mes (los dueños de la librería ya la consideraban parte de la decoración del lugar, así que siempre lograban una manera de convencerla de seguir yendo). Y cuando se veían en persona fingían que todo seguía igual e incluso llegaban a creerlo, pero en el fondo algo evitaba que volvieran a conectarse. Como si se hubiese fundido un cable.

Con el último Gummy Bear en su boca, Olivia cruzaba la calle con sus Converse blancos ya fríos y siempre sucios. En ese momento pensaba en su mejor amiga y la veía formar parte del resplandor amarillo de la librería poco antes que un hombre borracho y recién despedido pasara por ese cruce del que podía ver solo sombras. Olivia era una de esas siluetas, junto con el semáforo en rojo, borrosas y casi invisibles. Y cuando el cigarrillo ya había regalado su última inhalada, ella lo soltó con un capirotazo que lo hizo suspenderse en el aire. Las pequeñas lucecitas de las cenizas aún encendidas se difuminaban con las luces de la camioneta que Olivia llegó a ver con rapidez, pero no lo suficiente.

La primera persona en enterarse fue quien vio todo de primera mano. El conductor no, porque además de borracho y desempleado, era un cobarde que salió a la fuga. Fue Fabiana quien, al escuchar el choque, sus reflejos la hicieron soltar el libro de journaling y ver lo que había ocurrido a solo unos metros. Después vio en el suelo los Converse blancos y de ahí su sangre comenzó a circular al ritmo de una canción de heavy metal.

Cuando despertó después del accidente, Fabiana le contó a Olivia todo lo que le siguió después de presenciar la imagen de su casi muerte. Le habló de cómo la gente comenzó a acercarse a Olivia para cargarla a un lugar seguro en la acera; de cómo Carlos del kiosko persiguió la camioneta del hombre desempleado hasta memorizar por completo su placa, y la rapidez con la que llegó la mamá de Olivia después de recibir su llamada. Seguía viva y había sufrido severas fracturas en el coxis y en la pierna izquierda, pero el precio de salir de la librería esa noche fue caro: extremas probabilidades de no volver a caminar.

Era sábado ya y estaban casi todos en el hospital. Fabiana no había comido otra cosa que café de la máquina expendedora y galletas de soda. Sin duda, era mucho más de lo que había comido Ignacio.

—Si hubieses visto la cara del infeliz cuando vino y te vio en una camilla saliendo de emergencias—le dijo. En realidad, eso le conmovió un poco más de lo que dejó mostrar. Fue como ver a un peluche ser destrozado por completo y, sin entender por qué, nació una empatía por Ignacio que nunca antes había estado ahí.

—Pero, Fab, ¿de quién coño hablas? Mi papá nos dejó hace años— fue lo que respondió Olivia mientras venía la enfermera y comenzó a hacerle revisiones en sus pupilas y a hacerle preguntas. 

Olivia no solo había olvidado el accidente, sino que había olvidado todo lo que había ocurrido en el último año: incluyendo especialmente a todo lo que tenía que ver con Ignacio (novio y futuro esposo); yéndose con él libros, películas, conversaciones y logros. Quién antes era su compañero y amor, ahora volvía a ser Ignacio, el compañero de clases pretencioso. Por Dios, en su cabeza el príncipe Harry seguía soltero.

Las posibilidades eran infinitas para Fabiana. El Malentendido entre ellas no había ocurrido y tal vez podrían retomar todo como lo dejaron: hablar con sinceridad, y tal vez pagar algo en la tienda departamental para variar, mientras poco a poco Fabiana la inclinaba a olvidar a Ignacio.

Sin embargo, eso sería hacer trampa y eso es algo que Olivia no le perdonaría. Le dolería más que el accidente. Además, ni ella ni nadie más que Olivia e Ignacio sabían lo que habían planeado. Olivia solo sabía que había tenido un sueño extraño de ella corriendo de noche con un vestido plateado, sin saber de dónde venía ni qué significaba.

Pero era demasiado peso. Podría no recordar nunca pero también podría ir recordando por pedazos, como advirtió la enfermera. Lo mismo con caminar. «El peor de los casos es que no lo llegue hacer, pero el cuerpo es increíble. Con los ejercicios correctos, podrías estar bailando en una fiesta dentro de un año o menos» le había dicho el doctor a la mamá de Olivia (y es así como de hecho ocurrió, solo que estaría haciendo twerking en lugar de bailar per se).

Antes de que todo esto pasara, Ignacio había ido a buscar algo que no fuese de una panadería para que Fabiana y la mamá de Olivia comieran. Él no había comido desde la noche anterior, y no tenía planes de hacerlo pronto. Pero cuando llegó y vio a tanta gente entrar y salir de la habitación de Olivia, corrió a verla y abrazarla. Ella, por supuesto, puso cara de por qué me estás tocando, ¿no ves que acabo de tener un accidente?. Cuando él pudo ver esta expresión en su rostro, Fabiana tuvo que sacarlo de la habitación y explicarle todo.

Al contrario de lo que Fabiana pensó que ocurriría (golpes en la pared del pasillo, gritos a los doctores, y todo eso de hombres gorilas), Ignacio rompió a llorar.

—¿Crees que si le muestro esto podría recordar algo?— le dijo Ignacio mientras le mostraba un anillo dentro de una bolsa de Gummy Bears. Y esto quebró a Fabiana. Las miles de posibilidades se habían reducido a solo una. ¿Acaso Olivia ya sabía que esto estaba pasando en la cabeza de Ignacio?

—Fue idea nuestra— respondió Ignacio cuando todavía no se había limpiado las lágrimas. Pero lo cierto es que fue idea de Olivia, todo siempre es idea de Olivia y el tiempo se lo había enseñado miles de veces. Así que, si lo pensó una vez, lo más probable es que ese pensamiento se vuelva a pasear por su cabeza. Y en el momento que ocurra, sea adrede o por casualidad, en un año o diez… no habría nada que Fabiana pudiese hacer al respecto más que darle su bendición a Ignacio, quien llevaba dos ensaladas que ya comenzaban a apestar en su mochila.

Animación Gummy Bear

Animación por Gianfranco Andrade-Martina