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Por Ignacio Alvarado.

Casi todas las ciudades, por pequeñas que sean, se enorgullecen de sus museos. Así podemos encontrar estos “templos de las musas” dedicados a las obras plásticas, a la arqueología, a los animales y a las plantas. Los hallamos consagrados a la moda, al armamento, a los muebles e incluso a los vehículos. En fin, hay hasta lugares que son museos únicamente por su valor histórico.

Sin embargo, los museos de libros no suelen ser muy comunes, aun cuando estos objetos tienen una extraordinaria importancia cultural como repositorio de la memoria y la imaginación de los hombres. Su cuidado y recopilación suele descansar en las bibliotecas. En parte por eso no debe extrañarnos que en nuestro país, Venezuela, no tengamos ningún museo del libro.

Esta ausencia nos ha motivado, al equipo Libroria, a establecer uno en Caracas. Así, hemos ido trabajando la idea y finalmente comenzamos, hace unos pocos meses, a organizar este proyecto fascinante y vital, en un momento en el que los libros parecen testigos de un pasado remoto. 

Estamos concentrados en la creación del Museo del Libro Venezolano. La idea es crear un repositorio que nos permita mostrar y resaltar su importancia. Queremos destacar la historia del primer libro que se haya editado en el país. Queremos hablar de los posteriores: de sus autores y su bibliografía. Queremos recopilar información sobre los bestsellers del siglo XIX, sobre los libros prohibidos, sobre los de temas populares, los de impresiones numeradas y las novelas del petróleo. Queremos además resaltar a los coleccionistas de libros y sus historias.

Y es que el propósito del Museo del Libro Venezolano no es únicamente atesorar piezas únicas, valiosas o antiguas, sino informar acerca de ellas, ofreciendo al visitante una mirada atenta sobre el acervo bibliográfico del país, que comienza en la década de 1810. Por eso, el museo no solo está compuesto por un catálogo físico, sino además por un catálogo virtual que da cuenta de libros ya desaparecidos o de difícil acceso. Este recorrido podrá realizarse tanto en nuestra página web como en el museo físico, ubicado en la Quinta Anduriña en San Román. Cada libro contará con un código QR que permitirá a los visitantes interactuar con ellos mediante sus dispositivos digitales, para acceder a fichas con historias y distintas referencias.

Vamos entonces a contar el inicio de la impresión de libros en Venezuela con una pequeña anécdota sobre las dudas que se tienen acerca del primer libro impreso en el país. El primer manuscrito venezolano fue probablemente los Acuerdos de los oficiales de la Real Hacienda de la Provincia y Gobernación de Venezuela de 1535. Pero como todos los manuscritos, es una pieza única. Algunos no estarán acostumbrados a considerarlos como libros, pues estos son ya para nosotros sinónimos de material impreso. Tenemos por lo tanto que esperar a 1808 para que llegue la imprenta.

Así, generalmente se considera que el primer libro venezolano fue el Calendario manual, y Guía Universal de forasteros en Venezuela, impreso en Caracas en la imprenta de Gallagher y Lamb en 1810. La autoría se le atribuye a Andrés Bello. Consta de “un almanaque civil, astronómico y religioso; un cómputo eclesiástico; fiestas móviles; distribución del jubileo circular; épocas memorables del mundo, la América y la Provincia y gobierno actual de la Metrópoli, una historia de Venezuela y una serie cronológica de sus gobernadores y capitanes generales, principales conquistadores y pobladores.” El precio de venta inicial a quiénes se suscribieron y pagaron por anticipado fue de 12 reales por cada ejemplar. Fue de 16 reales a los no suscritos. Hay de este libro un original en el Museo Británico y otro en la Biblioteca Nacional de Venezuela.

No obstante, la historia en realidad podría ser más complicada. En 1833, en la imprenta de Tomás Antero, se imprimió un manual para el cultivo del café donde se lee en la portada: Memoria de los abonos, cultivos y beneficios que necesitan los diversos valles de la Provincia de Caracas para la plantación de café, presentada al Real Consulado por un Patriota que se interesa por la prosperidad de la agricultura, el 26 de octubre de 1809. Y al comienzo de la obra se lee:

Esta memoria fue impresa por disposición del Consulado el año de 1809 en esta ciudad, y alcanzó a Coro un ejemplar, del cual copió un vecino de allí lo que convenía a sus miras y empresas locales, por lo que omitió el capítulo primero en el cual se hace una descripción de las diversas calidades de tierra del territorio de Venezuela. Después de varias indagaciones ineficaces en esta Capital por un ejemplar impreso, o manuscrito íntegro, se consiguió al fin el que sigue, por los esfuerzos del Dr. José María Tellería, miembro del Supremo Tribunal de Justicia, y del Dr. José Ignacio Sabala residente en Curazao, que remitió una copia íntegra, sacada no del original impreso, sino de una copia manuscrita que poseía Isidro Soto, que no hubo lugar de corregir, lo que se advierte para que se dispense cualquier error que pueda advertir el atento lector. Caracas, febrero de 1833.

Del libro de la Memoria de los abonos, cultivos y beneficios no se conoce otro ejemplar que la reimpresión de 1833. Nunca sabremos con absoluta certeza si fue realmente o no el primer libro impreso en Venezuela. Y como este cuento, lleno de laberintos y curiosidades, hay miles de otros.

Como dijimos al principio, el Museo del Libro Venezolano será un lugar no solo para exponer objetos, sino para exponer historias venezolanas y recuperar obras perdidas. Las imprentas, las editoriales, las bibliotecas y los ejemplares forman todos un testimonio del pasado, el presente y el futuro de nuestra gente. En años recientes, muchos han sucumbido a la tentación muy tóxica (aunque a veces seductora) de que en Venezuela nunca se desarrollaron proyectos de valor. El Museo del Libro Venezolano demostrará que no ha habido un pensamiento más equivocado que éste acerca de quiénes somos. Hemos creado joyas. Ahora las preservaremos como tesoros.

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